Las tradiciones y expresiones orales sirven para transmitir conocimientos, valores culturales y sociales, partes de la memoria colectiva de un lugar. Son fundamentales para mantener vivas las culturas contribuyendo significativamente en su preservación y transmisión de sus riquezas inmateriales promovidas generación tras generación. Este es el caso de San Pedro de Atacama y sus alrededores, donde la cosmovisión andina y propia de la cultura Lickanantai dan un valor primordial a los relatos y conocimientos de los abuelos quienes sustentan la sabiduría de los antepasados.
Leyenda del volcán Likancabur y la montaña Kimal
Los pueblos atacameños, o Lickanantai, otorgan un profundo significado espiritual a las montañas Kimal, Lascar, Licancabur y Juriques. En su cosmovisión, estos volcanes y montañas son considerados sagrados, y tienen géneros específicos: los volcanes son vistos como seres masculinos, mientras que las montañas son femeninas.
La leyenda cuenta que hace miles de años, Licancabur, uno de los volcanes, se enamoró de Kimal, otra montaña, y juntos se casaron. Sin embargo, el hermano menor de Licancabur, Juriques, también se prendó de Kimal y la cortejó durante un largo tiempo. La insistencia de Juriques finalmente conmovió a Kimal, y secretamente comenzaron una relación. Esto fue percibido como una traición a Licancabur y, cuando el «gran señor de las montañas», Lascar (quien es el padre de ambos volcanes), se enteró de la situación, castigó a Juriques haciendo que su cumbre explotara en una llamarada, dejándolo con una forma plana en la cumbre.
Kimal, por su parte, fue exiliada a más de 100 kilómetros al sur, al otro lado de la vasta planicie salada de Atacama. En la actualidad, se puede observar Licancabur y Juriques uno junto al otro, separados por esta amplia y árida planicie, en la que debería haber estado Kimal. Sin embargo, en un evento especial, durante el solsticio de invierno, temprano en la mañana del 29 de junio, la sombra de Licancabur toca la cumbre de Kimal. Esta sombra simboliza el eterno amor entre Licancabur y Kimal, a pesar de los años y la distancia que los separa.
Esta leyenda de Licancabur y Kimal, uno de los mitos más importantes de la región, se considera responsable de la fertilidad del salar de Atacama. Además, el solsticio de invierno coincide con la celebración de San Pedro, el santo patrón del pueblo, que marca el fin de un ciclo agrícola y el comienzo de uno nuevo, una festividad que se celebra desde la época colonial. Esta tradición refleja la profunda conexión de la cultura atacameña con su entorno natural y sus creencias religiosas.
El Mallku y los animales
Según la creencia ancestral andina, en tiempos antiguos, el Espíritu de la Montaña conocido como Mallku, era considerado el dueño de todos los animales. En un acto de generosidad, el Mallku permitió a los humanos el uso de algunos de los animales, como la llama y la alpaca, en calidad de préstamo. Sin embargo, el Mallku conservó el poder de reclamar, recuperar o incluso causar enfermedades o muertes en el ganado en caso de que los humanos no los cuidaran adecuadamente o no llevaran a cabo los rituales necesarios para garantizar su fertilidad y bienestar.
Desde entonces, los dueños de ganado llevan a cabo rituales especiales que incluyen ofrendas y sacrificios. Estos rituales son realizados para invocar a los espíritus de la montaña y para cantar emotivas canciones en honor a sus animales. De esta manera, buscan mantener una relación armoniosa con el Mallku y asegurarse de que sus animales estén protegidos y prosperen. Además, se cree que el Mallku tiene su propio rebaño, compuesto por animales silvestres que están bajo su control exclusivo. Esta creencia refleja la profunda conexión entre la cultura atacameña y la naturaleza, así como la importancia de mantener un equilibrio en la relación de reciprocidad con los espíritus de la montaña.
El cóndor y la pastora
Hace mucho tiempo, un joven se sintió atraído por una pastora, pero ella no le prestaba atención. Decidió cambiar su enfoque y se presentó ante ella con un atuendo elegante: un poncho rojo, un sombrero y una bufanda blancos. Comenzaron a jugar juntos, y a medida que compartían momentos, se enamoraron profundamente.
El joven solía cargar a la pastora en sus espaldas mientras jugaban, asegurándole que se sostuviera fuerte mientras corría. Cada vez que lo hacía, ella lo abrazaba con más fuerza. Continuaron jugando, y en un momento mágico e inesperado, al joven le crecieron alas y se transformó en un majestuoso cóndor. Sin dudarlo, despegó en vuelo, llevando a la joven pastora a una gran piedra.
El tiempo pasó, y cuando el perrito blanco de la pastora regresó con las ovejas al atardecer, aulló de manera inquieta. Los padres de la joven se preocuparon al no encontrar a su hija y, guiados por el perrito, se embarcaron en su búsqueda. Finalmente, la encontraron en la gran piedra, asustada, pero a salvo. La llevaron de regreso a su hogar.
Mientras estaba en casa, la joven vio nuevamente al cóndor en el cielo y sintió su corazón lleno de amor. En un acto mágico, se transformó en un hermoso cóndor y voló hacia los cielos junto al amado. Desde entonces, cuando vemos a dos cóndores volando juntos en el cielo, recordamos a estos enamorados que observan cómo vivimos los seres humanos. Esta historia es un recordatorio de la magia del amor y la conexión entre los seres humanos y la naturaleza.
El Gato del Mallku
En tiempos ancestrales, se creía que el Mallku, el Espíritu de la Montaña, era el dueño de todos los animales silvestres. Sin embargo, en un acto de generosidad, permitió que los humanos domesticaran dos de estos animales: la llama y la alpaca. A cambio, los humanos se convirtieron en pastores de estos animales. Pero el Mallku, necesitaba un pastor para su propio ganado silvestre, y eligió al felino.
Este felino se convirtió en el pastor sobrenatural del Espíritu de la Montaña, y su rol simbolizaba tanto al pastor humano como la conexión mística entre los humanos y el espíritu de la montaña, manifestado en forma de gato andino. De esta manera, el felino se convirtió en un símbolo sagrado que unía a los seres humanos con la naturaleza y el mundo espiritual de la montaña.
Origen del hilado y su uso como objeto de poder
El arte del hilado, según cuentan en comunidades indígenas andinas, se considera un regalo de dioses tutelares a la humanidad para mantener una conexión constante a lo largo de todas las épocas y los tiempos con el mundo espiritual. En esta narrativa continua de la existencia, las fibras y los hilos tienen un origen mítico que se relaciona con seres como serpientes, arañas, aves y otros donde el hilado es mucho más que una habilidad técnica; es un acto que mantiene una conexión con lo divino a lo largo del tiempo. A su vez, estos seres míticos representados en los hilos pueden ser invocados para llevar a cabo rituales o intencionar una oración cuando que se requiera.
En el hilado tradicional, se acostumbra a torcer los hilos hacia la derecha; sin embargo, en algunas comunidades indígenas de Los Andes, cuando se busca conferir a los hilos una fuerza especial, la torsión se realiza hacia la izquierda. Los hilos resultantes de esta torsión se consideran objetos de poder y se utilizan en prendas ceremoniales. El hilado hacia la izquierda también se emplea en rituales para conjurar lo negativo, alejar maldiciones o cambiar la «mala suerte». Además, se utiliza en ceremonias mortuorias y para protegerse de vientos perjudiciales. En este caso, los hilos de lana con torsión hacia la izquierda se atan en los tobillos o muñecas. El acto de hilar se lleva a cabo en sintonía con el movimiento elíptico del planeta, estableciendo una conexión de este oficio con el ritmo de la naturaleza, lo que le otorga un significado profundo a esta práctica ancestral.
Teñir con nubes en el cielo
La tradición oral andina dice que cuando se tiñe la lana con nubes en el cielo esta queda matizada, no tiñe parejo o la tintura natural no agarra bien. Es mejor hacerlo cuando el cielo esté totalmente despejado y nítido para que quede parejito.
La faja protectora para los bebés
La faja protectora es un cinturón grueso tejido que se pone sobre la manta de un bebé manta con la que se faja a los bebés durante el primer mes de nacido para garantizar su buen desarrollo hasta la adultez, protegiéndolo de males que puedan afectar su espíritu como la envidia y el susto. Según la creencia, al realizar este envoltorio, ni tan fuerte ni tan suelto, se logra que el bebé crezca con huesos fuertes y bien formados. Además, el fajado ayuda a proteger al bebé del frío. En los pueblos andinos se tiene la creencia de que un joven o adulto débil es porque no fue fajado. Para las fajas protectoras del niño, se debe emplear especialmente el diseño denominado peine que es un patrón geométrico similar al zigzag que simboliza las montañas protectoras. Esta faja debe guardar en sus dobleces el trozo pequeño de un espejo también con el fi de proteger el espíritu del niño.
El cántaro de greda como refugio.
Cuentan algunos abuelos atacameños que cuando estaban en pleno conflicto con los españoles, los padres escondían a sus hijos dentro de unos grandes cántaros de greda bajo tierra, luego los tapaban y solamente dejaban un orificio con alguna caña para respirar. Dentro de ellos, les dejaban alimentos y luego se iban a combatir a los invasores. Sucede que algunas veces, ellos morían en batallas y sus hijos también morían esperando a ser rescatados.